Diario de Morelos, 14 de Enero 2009
Lo estático y el movimiento
"El mínimo gesto de un alambre"
Cuando se tiene la percepción de que los acontecimientos cotidianos, son similares, por no decir los mismos, en los hombres de distintas latitudes, no importa si se trata de “la pequeña gente”, o de personajes prominentes, se puede ir de país en país, sin más equipaje que la capacidad creadora y el corazón en la mano, como la ha hecho Köser: de Alemania a España y de España a México. Pero más que nada, incansable viajero de los mundos interiores, donde el individuo se enfrenta consigo mismo, para encontrar la comprensión y la ternura para con otros seres, compañeros de viaje, sus tareas, sus frustraciones, sus amores. Esta filosofía de vida, va más allá de la simple retórica, para convertirse en los elementos esenciales de su obra, en las palabras de su lenguaje. También en el puente que otorga continuidad a las diferentes etapas de su expresión escultórica.
Formalmente, la escultura de Jo Köser se inscribe dentro de la corriente minimalista, en la más amplia acepción del término, economía de líneas y volúmenes, hasta que la línea única envuelve toda la obra, sin alardes ni innecesarias grandielocuencias. Sus figuras alargadas parecen manifestarse como deseando ocupar un breve espacio, sin invadir el entorno, dulces y discretas, sin embargo, tan expresivas que, el espectador no puede eludir la sonrisa o la comunión con estos personajes.
La abstracción en la obra de este escultor es, en realidad, una síntesis perfecta entre figura y movimiento, como si ambos eventos fueran uno solo. Nada hay de estático en las figuras que componen esta exposición. Más allá de la escultura cinética, donde el movimiento se incorpora como parte del discurso plástico, muy distante de Calder y las primeras expresiones de movilidad en la escultura, que llegaron incluso a utilizar pequeños motores, aquí el movimiento es el efecto reiterativo de un impulso humano (El trabajador), lo que confirma su vocación minimalista, en el resto de su obra, aparentemente inmóvil, está presente la tensión dinámica, como si el personaje hubiera sido atrapado en “el instante del movimiento”.
Donde resulta más evidente la capacidad sintetizadora en el abstracto de Köser, es en su obra monumental, representada aquí por la pareja que dialoga. A primera vista podríamos pensar en dos flamas que se alzan, la segunda mirada nos permite apreciar dos figuras frente a frente, donde el volumen es el resultado de una línea contínua de grácil armonía, por otra parte la diferencia entre el cuerpo masculino y el femenino está marcada por medio de la sutil diferencia en el empleo de la curva. Esta obra parece pedir, por merecimiento, la gracia de un entorno natural, fuente, jardín o parque donde los juegos del aire, la luz y la sombra contribuyan a desplegar toda su belleza.
Es necesario poner atención al detalle de la obra, aparentemente carente de detalles, porque el detalle al que hago referencia es el detonante del discurso, la figura sentada, ya sea en la silla pequeña, o en la gran silla, fuera de la escala humana, está en realidad posada en una dimensión que le es ajena, ¿Quién no se ha sentido alguna vez extranjero en nuestras sociedades hechas de reglas y normas? El padre y el hijo que caminan “de la mano” están, mas bien, simbióticamente unidos como prolongación de la cadena vivencial (Padre e hijo), tanto más compleja y profunda que la cadena genética, mientras la figura que se inclina en forma inverosímil para poner la frente en la tierra, esta cerrando los sentidos a lo externo para abrir la visión interna (Autoconocimiento). Mientras las figuras pares se enfrentan para abrir una brecha de comunicación y la mujer tendida entre dos piedras se ofrece de puente que abrevia las distancias emocionales entre dos hitos. Quizá la obra más representativa de esta tendencia, donde forma y discurso plástico resultan indisolubles, es la escultura de la mujer que, al mismo tiempo, puede ser vista como una pareja, integración que es el resultado de la comunicación más profunda.
La obra de Jo Köser, es una obra madura, donde los recursos técnicos están sabiamente utilizados en beneficio del resultado artístico, un exitoso recorrido desde el diseño de muebles de vanguardia, arquitectura de espacios interiores, objetos lumínicos, escultura en acero, concreto y yeso, y por supuesto, el uso del movimiento como una tercera dimensión dentro de los objetos y esculturas, hasta llegar a la escultura en bronce que hoy presenta. En todas estas instancias hay una búsqueda constante, muchas preguntas del artista frente al material pero, afortunadamente, también hay muchas respuestas. Un sabio quehacer que, como joven escultor, a no dudar habrá de llevarlo cada vez más allá en el campo del lenguaje escultórico.
Me atrevo a afirmar que las presencias convocadas por este artista poseen una doble función, la estética y la emocional, aún en su condición de síntesis, como queriendo estar presentes sin ocupar demasiado espacio, como quien se nos acerca buscando una caricia pero sin exigencias, tienen la facultad de hacersenos amigas, sin demasiado ruido. Esta relación entre el espacio ocupado y el espacio vacío, que tiene algo de la filosofía y el arte Zen, acerca el quehacer de Köser al del gran ausente: Eduardo Chillida. Resulta hermoso comprobar como el empleo de materiales fuertes, trabajados con fuerza creadora, pueden resultar tan sutiles como la frágil presencia de una línea sobre el agua.
María Gabriela Dumay
Crítica de Arte
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